FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

RECORDANDO A DON BOSCO.


 
 
Reflexiones sobre la misión y la identidad del sacerdote


¡Excelencia! ¡Sepa que don Bosco es sacerdote en el altar, sacerdote en el confesionario, sacerdote en medio a sus jóvenes, y como es sacerdote en Torino, así es sacerdote en Florencia, sacerdote en la casa del pobre, sacerdote en el palacio del Rey y de los ministros!
 
 
CON ESTAS PALABRAS SINCERAS Y VALIENTES, don Bosco emprende su conversación con Bettino Ricasoli, Presidente del Consejo de los Ministros del Reino de Italia, en diciembre de 1866, cuando fue oficiosamente encargado de apoyar la misión diplomática confiada al comendador Michelangelo Tonello para llegar a un acuerdo entre el estado italiano y la Santa Sede a propósito de las numerosas sedes episcopales vacantes, en pleno proceso del Resurgimiento.
 
 
Aquellas expresiones –que entre otras le vale la sincera admiración y la benevolencia de Ricasoli– expresa el amor de San Juan Bosco por su vocación sacerdotal. Es entonces oportuno, recoger algunos elementos de la “teología sacerdotal” de don Bosco, observando el modo con el cual interpretó y practicó el ministerio sacerdotal, en este año delicado, por deseo y disposición del Santo Padre, al sacerdote. Don Bosco, como es universal y afectuosamente llamado, es una de las figuras más luminosas de la santidad sacerdotal contemporánea y la vivencia de los santos es uno de los lugares teológicos que frecuentemente Benedicto XVI valoriza.
 
 
No casualmente el inicio del año sacerdotal coincide con la muerte del Santo Cura de Ars, no solo propuesto a la imitación de los sacerdotes, sino indicado también como clave hermenéutica del mismo misterio del sacerdocio ministerial.
 
 
La santidad presbiteral de don Bosco parece contener un elemento de originalidad que vale la pena tomar y profundizar. Es ésta la opinión de un notable teólogo contemporáneo que, en una entrevista, a la pregunta sobre quiénes serían algunos santos portadores de novedad en la Iglesia de nuestros tiempos, declaraba:
 
Me gusta recordar a aquel que se ha anticipado al Concilio [Vaticano II] en un siglo: don Bosco. Él es ya proféticamente un nuevo modelo de santidad por su obra, que está en contraste con el modo de pensar y de creer de sus contemporáneos.
 
 
A partir de estas consideraciones, propondré dos reflexiones: la primera buscará tomar la peculiar novedad de la santidad presbiteral de don Bosco, la segunda, a su vez, indagará sobre la perenne fuente de la excelencia de su vida sacerdotal. En el desenvolvimiento de mis reflexiones pondré en confrontación la experiencia de don Bosco con algunas situaciones del contexto cultural y eclesial contemporáneo.


1. Un sacerdote educador


Don Bosco dedicó toda su misión a un deber específico: la educación de los jóvenes. Por este motivo, en ocasión del primer Centenario de su transitus, el Venerable Juan Pablo II le atribuyó el título de “Padre y maestro de la juventud”. Este rasgo de su personalidad no tiene necesidad de ulteriores explicaciones. Es universalmente conocido: don Bosco es por antonomasia el santo de los jóvenes.
 
 
Don Bosco pertenece a una amplio escuadrón de religiosos y religiosas que, en el transcurso de la historia moderna y contemporánea, han fundado instituciones educativas. Pero en don Bosco se encuentra una nota del todo particular, si no exclusiva: la asociación de la educación a la santidad.
 
 
Ella fue puesta en evidencia en la Iuvenum Patris. Don Bosco realiza su santidad personal en la educación, vivida con celo y corazón apostólico, y que simultáneamente sabe proponerla como meta concreta de su pedagogía. Precisamente tal intercambio entre educación y santidad es un aspecto característico de su figura: es educador santo, se inspira en un modelo santo —Francisco de Sales— es discípulo de un maestro espiritual santo —José Cafasso— y entre sus jóvenes sabe formar un alumno santo: Domingo Savio.
 
 
Don Bosco construye su proyecto personal de santidad educativa introduciendo en ellos sus energías interiores de sacerdote diocesano, fundador de una nueva Familia religiosa, y la laboriosidad de su ministerio. El decreto conciliar Presbyterorum Ordinis asegura que la santidad sacerdotal se realiza en el ejercicio del servicio ministerial. El misterio sacerdotal de don Bosco se catalizó en la acción educativa, concebida como una expresión elevada y sintética de los munera confiados a un sacerdote. El sacerdote es, de hecho, un educador en cuanto maestro que desarrolla su munus docendi, en cuanto guía autorizada que practica el munus regendi, en cuanto mistagogo que explica el munus sanctificandi para corroborar con la gracia sacramental el desarrollo de la personalidad humana y cristiana de los fieles sobre los que toma el cuidado.
 
 
Don Bosco, a pesar de que jamás fue formalmente un profesor, ha ejercitado una intensísima actividad formativa, como predicador incansable, catequista eficaz y escritor fecundísimo8. Ha sido un apóstol de la confesión y un sostenedor de la Comunión frecuente, además de maestro de oración.
 
 
Ha guiado a los jóvenes a través de las instituciones educativas por él fundadas, animadas y dirigidas, a través de la práctica de la dirección espiritual. Adolescentes y jóvenes fueron los destinatarios de esta interpretación “educativa” del ministerio sacerdotal.
 
 
Don Bosco muestra a cada sacerdote que la educación se coloca en el corazón mismo de su ministerio y que la dedicación a la misión educacional es un camino eficaz, si no privilegiado, para conseguir la propia perfección espiritual. En otras palabras: subsiste una circularidad virtuosa entre el empeño educativo del sacerdote y su santificación.
 
 
El actual Pontífice denuncia, con tono preocupado, el avance de una “emergencia educativa”. El contenido de una Carta dirigida a los fieles de su diócesis es aplicable a gran parte del mundo, en esta época de rápida globalización de modelos de pensamiento y de vida, vehiculizados, sobre todo, por la difusión de los medios de comunicación social y personal. Esto es cuanto escribe Benedicto XVI: 
 
 
Educar jamás ha sido fácil, y hoy parece cada vez más difícil [...] no sólo están en juego las responsabilidades personales de los adultos o de los jóvenes, que ciertamente existen y no deben ocultarse, sino también un clima generalizado, una mentalidad y una forma de cultura que llevan a dudar del valor de la persona humana, del significado mismo de la verdad y del bien; en definitiva, de la bondad de la vida. Entonces, se hace difícil transmitir de una generación a otra algo válido y cierto, reglas de comportamiento, objetivos creíbles en torno a los cuales construir la propia vida [...]. Cuando vacilan los cimientos y fallan las certezas esenciales, la necesidad de esos valores vuelve a sentirse de modo urgente; así, en concreto, hoy aumenta la exigencia de una educación que sea verdaderamente tal.
 
 
La Iglesia, compañera de la humanidad en camino, comparte “alegrías y dolores”, “esperanzas y angustias”, y, entonces, no puede no sentirse, hoy, profundamente interpelada por esta “emergencia educativa”. Los sacerdotes, que de la comunidad cristiana son leaders acreditados, no podrán eximirse de dar prioridad a este deber que representa, como fue dicho, una dimensión transversal al propio ministerio. Se repropone significativo, el llamado a la santidad de don Bosco, sacerdote-educador.
 
 
La actualidad de don Bosco sacerdote-educador se impone también por otro aspecto: su método educativo, el “sistema preventivo”. Aunque no haya sido él el “inventor”, don Bosco lo ha asumido como criterio de su praxis educativa, ha mostrado todas sus potencialidades, ha experimentado su suceso y también lo ha parcialmente teorizado en algunos de sus breves escritos de pedagogía.
 
 
Puede decirse que el rasgo peculiar de su creatividad se vincula a la praxis educadora que llamó “sistema preventivo”. Este representa, en cierto modo, la síntesis de la sabiduría pedagógica y constituye el mensaje profético que legó a los suyos y a toda la Iglesia, y que ha merecido la atención y el reconocimiento de numerosos educadores y estudiosos de pedagogía. La palabra “preventivo” que emplea, hay que tomarla, más que en su acepción lingüística estricta, en la riqueza de las características peculiares del arte de educar del Santo. Ante todo, es preciso recordar la voluntad de prevenir la aparición de experiencias negativas, que podrían comprometer las energías del joven u obligarle a largos y penosos esfuerzos de recuperación.
 
 
No obstante, en dicha palabra se significan también, vividas con intensidad peculiar, intuiciones profundas, opciones precisas y criterios metodológicos concretos; por ejemplo: el arte de educar en positivo, proponiendo el bien en vivencias adecuadas y envolventes, capaces de atraer por su nobleza y hermosura, el arte de hacer que los jóvenes crezcan desde dentro, apoyándose en su libertad interior, venciendo condicionamientos y formalismos exteriores; el arte de ganar el corazón de los jóvenes, de modo que caminen con alegría y satisfacción hacia el bien, corrigiendo desviaciones y preparándose para el mañana por medio de una sólida formación de su carácter.
 
 
El “sistema preventivo” de don Bosco, sintéticamente descrito por la Iuvenum Patris, está en profunda sintonía con el personalismo antropocéntrico que todavía constituye, aunque entre las miles contradicciones modernas, el “zócalo duro” de los valores compartidos o al menos compartibles en esta época de fragmentación cultural y de relativismo ético. Gran resonancia ha tenido un reciente congreso internacional, significativamente intitulado “Sistema Preventivo y Derechos humanos”. Si, de hecho, los “derechos humanos” aparecen como terreno común de visiones de la vida muy diversas sobre los cuales entablar diálogos y construir la convivencia humana, el “sistema preventivo” de don Bosco ofrece una articulada instrumentalización pedagógica apta para su defensa y promoción. La experiencia de la Familia salesiana fundada por don Bosco y en vital expansión, activada en contextos culturales y religiosos dispares, desde hace más de ciento cincuenta años confirma su validez.
 
 
Los sacerdotes de este primer escorzo del tercer milenio viven a menudo en ambientes culturales a evangelizar o reevangelizar. El “sistema preventivo” de don Bosco propone la mediación de la educación como camino eficaz para el anuncio del Evangelio. Se trata, evidentemente, de mucho más que de instrucción. El sistema preventivo es, de hecho, una síntesis de “razón y fe” o, como decía don Bosco, “razón y religión”. Es la traducción pedagógica integral, tan urgente en una época en la cual la presentación del Evangelio es preparada y acompañada de otra operación: restituir confianza a la potencia del logos perdido en tiempos del “pensamiento débil” y del nihilismo, reconstruir la conciencia de una “naturaleza humana” portadora de valores no negociables en un mundo en el cual el dominio de la técnica, muchas veces funcional a intereses económicos ocultos, quisiera reducirla a res manipulable.
 
 
Don Bosco, sacerdote que tenía en la mira, como sabía decir con el lenguaje religioso del ochocientos, “la salvación de las almas”, experimenta y propone el sistema preventivo en el cual la “razón” es uno de los tres pilares, con la “religión” y la “afectuosidad”. ¿Qué se entiende por razón?
 
 
El término “razón” destaca, según la visión auténtica del humanismo cristiano, el valor de la persona, de la conciencia, de la naturaleza humana, de la cultura, del mundo del trabajo y del vivir social, o sea, el amplio cuadro de valores que es como el equipo que necesita el hombre en su vida familiar, civil y política [... ] Resumiendo, la “razón”, en la que Don Bosco cree como don de Dios y quehacer indeclinable del educador, señala los valores del bien, los objetivos que hay que alcanzar y los medios y modos que hay que emplear. La “razón” invita a los jóvenes a una relación de participación en los valores captados y compartidos. La define también como “racionalidad”, por la cabida que debe tener la comprensión, el diálogo y la paciencia inalterable en que se realiza el nada fácil ejercicio de la racionalidad.
 
 
Por esto, evidentemente, supone la visión de una antropología actualizada y completa, libre de reducciones ideológicas. El educador moderno debe saber leer con atención los signos de los tiempos, a fin de individuar los valores emergentes que atraen a los jóvenes: la paz, la libertad, la justicia, la comunión y participación, la promoción de la mujer, la solidaridad,el desarrollo, las necesidades ecológicas.
 
 
Benedicto XVI ha hecho de la amistad entre fe y razón una de las llamadasde su altísimo Magisterio. La “razón” del “sistema preventivo” de don Bosco, integrada y perfeccionada por la “religión”, recuerda justamente el logos del cual el Santo Padre a menudo habla, un concepto amplio y confiado de la razón humana: amplio porque no está limitado a los espacios de la llamada razón empírica-científica, sino que está abierto a las cuestiones fundamentales e irrenunciables del vivir humano; confiado, porque si acoge las inspiraciones de la fe cristiana, es propulsora de una civilización que reconoce la dignidad de la persona humana, la intangibilidad de sus derechos y la conciencia de sus deberes. Y don Bosco, que despertaba la simpatía y, a menudo, el apoyo material y moral hasta de los anticlericales de su época, decía que el objetivo final de su propuesta educativa era hacer de cada muchacho “un buen cristiano y un honesto ciudadano”.
 
 
Cada sacerdote tiene en el corazón la acogida, la difusión del Evangelio y la transformación de la cultura según los valores del Cristianismo. Es una operación que jamás en la bimilenaria historia de la Iglesia resultó fácil o inmune de fracaso. Hoy los desafíos parecen multiplicarse. El “sistema preventivo” de don Bosco –esto es de un sacerdote santo que tiene, por lo tanto, un mensaje perenne que ofrecer a la Iglesia porque fue suscitado por el Espíritu Santo– es todavía muy actual: conjuga, a través de la mediación de la educación, fe y cultura.



2. Un sacerdote en oración


En don Bosco la misión educativa absorbió energías, requirió ritmos de trabajo sin descanso, se desarrolló en acciones prodigiosas. El testimonio de un salesiano de la primera generación, que vivió junto a don Bosco, y estudió detalladamente su espíritu, es elocuente.
 
 
El educador y el pedagogo, el padre de los huérfanos y el formador de los niños abandonados, el fundador de una congregación religiosa, el propagador del culto a María Auxiliadora, el instructor de uniones laicales expandidas por el mundo entero, el suscitador de la caridad operativa, el propulsor de misiones lejanas, el escritor popular de libros morales y apologías religiosas, el propulsor de la prensa honesta y católica, el creador de oficinas cristianas y de colecciones de libros, el hombre de la piedad religiosa y de la caridad, y el hombre de los negocios humanos o de intereses públicos, todo junto a un tiempo opera y avanza como si fueran otras tantas personas nacidas o destinadas a ello solo, y se funden en la única persona de un sacerdote sin apariencia, que no descompone jamás la serenidad de su aspecto ni la compostura modesta de su trato con los grandes gestos decorativos, ni enriquece su vocabulario con la retórica de las grandes frases.
 
 
Este “trabajo colosal”, según la expresión del Papa Pío XI que, joven sacerdote, conoce personalmente al santo, podría erróneamente inducir a pensar que en la vida sacerdotal de don Bosco haya habido un desequilibrio hacia la acción y una carencia de contemplación. Esta objeción fue levantada durante el proceso de beatificación, no separada de la duda de que subinfatigable actividad contuviese incluso una excesiva confianza en la adquisición de medios y apoyos materiales.
 
 
En realidad, durante el proceso canónico para su beatificación, los testimonios reunidos consintieron tomar conciencia del secreto de la actividad de don Bosco justo en su vida interior, profunda y cuidada, aunque sin manifestaciones exteriores sobrenaturales (si bien en los últimos años de su vida también éstas enriquecieron la fama de santidad de don Bosco) y sin amplificaciones respecto a la piedad sacerdotal de su tiempo. Don Bosco era un sacerdote de elevada espiritualidad que, sobre todo en los primeros años de su sacerdocio, en la escuela de su director espiritual San José Cafasso, en la residencia eclesiástica de Torino, aprecia hacer de la oración el corazón de su misión. Es la oración de un apóstol- sacerdote que precede, acompaña y sigue el ejercicio de su ministerio. Don Bosco se vuelve así un auténtico místico en la acción. Él es un sacerdote unificado en Dios en el cual no existe dicotomía entre oración y acción ni descuido de la una o de la otra, ni tensiones no resueltas entre las dos dimensiones. En este sentido, es de verdad un modelo para los sacerdotes llamados a crear un equilibrio benéfico entre su vida espiritual y el ministerio al cual se dedican, evitando el peligro tanto del activismo que agota las fuerzas físicas y recursos psicológicos, cuanto el de un espiritualismo desencarnado y compensatorio.
 
 
La «gracia de la unidad» se puede decir la tabla de su espiritualidad. Una espiritualidad que no sacrifica la oración a la acción y la acción a la oración. Todavía, entre urgencia apostólica, caritativa y humanizante, y una prolongada oración, el carisma de don Bosco lo lleva a elegir la acción, en la cual divisa una precisa voluntad divina. Pero es necesario decir también que él está de tal forma unido a Dios en el momento de la acción, de no lamentar la oración; y está unido de tal forma a Dios en la oración de no lamentar la acción.
 
 
Justo esta síntesis entre caridad apostólica y permanente unión con Dios, incita a Pío XI a proponer a don Bosco como ejemplo de vida sacerdotal en un memorable discurso tenido por él a los seminaristas romanos en junio de 1932, en el cual rememoraba un encuentro sucedido casi cincuenta años atrás entre él mismo, cuando era un joven sacerdote ambrosiano, y el santo.
 
 
Su vida de todo tiempo era una inmolación continua de caridad, un continuo recogimiento en oración: es ésta la impresión más viva que se tenía de su conversación: un hombre que estaba atento a todo aquello que ocurría delante a él; había gente que venía de todas partes, de Europa, de la China, del África, de la India, quien con una cosa, quien con otra: y él de pie, sobre dos pies, como si fuese una cosa del momento, escuchaba todo, aferraba todo, respondía a todo y siempre en un alto recogimiento. Se habría dicho que no atendía a nada de aquello que se decía a su alrededor: se habría dicho que su pensamiento estaba en otro lugar y era verdaderamente así; estaba en otro lugar: estaba con Dios, con espíritu de unión; pero después, aquí estaba para responder a todos: y tenía la palabra exacta para todos y para él mismo de maravillarse: primero, de hecho, sorprendía y después maravillaba.
 
 
La unión con Dios, constante y creciente, que caracterizó el obrar diligente de don Bosco fue alimentada sobretodo de dos fuentes: la Eucaristía y la devoción mariana. Don Bosco es uno de aquellos santos eucarísticos de los que habla el Papa Benedicto XVI, aunque sin mencionarlo explícitamente, en su carta Sacramentum Caritatis. Lo es por varios motivos. Aquí le recordamos dos, mayormente asociados al ejercicio del ministerio sacerdotal. Ante todo, el fervor con el cual celebraba cotidianamente la misa, dejando una profunda impresión en todos aquellos que asistían. 
 
 
Hemos asistido tantas veces a su misa, pero en el ínterin siempre se apoderaba de nosotros un suave sentimiento de fe, en el observar la devoción que traslucía de todo su comportamiento, la exactitud en el proseguir las sacras ceremonias, el modo de pronunciar las palabras y la unción que acompañaba sus oraciones. Y la edificante impresión recibida no se cancelaba nunca más.
 
 
Adonde fuera, y siendo fuera de Italia, al saberse la hora y el lugar donde don Bosco celebraba, bastaba para reunir gente en torno a su altar.
 
 
La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente una espiritualidad eucarística. Este axioma ha encontrado y encuentra correspondencia en la santidad de los sacerdotes. Los santos sacerdotes tienen un concepto elevadísimo de la Misa. Lo ha recordado también el Santo Padre en ocasión de la introducción del año sacerdotal citando las palabras del Cura de Ars:
 
“La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!” Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: “¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!”.
 
 
El segundo motivo que induce a considerar a don Bosco “un santo eucarístico” es la fidelidad a las normas litúrgicas, que no son –como algunos han querido hacer creer en años todavía recientes– un pasivo y anónimo acostumbramiento al ritualismo, sino que, en su significado más profundo, representan una garantía de eclesialidad, porque la Misa no pertenece al sacerdote celebrante, sino a la Iglesia, sacramente vivo del Señor Jesús.
 
 
Entre los varios testimonios recordamos lo puntualizado por su biógrafo: “llevaba siempre consigo el librito de las ceremonias de la Misa y a menudo lo leía para no olvidarse las rúbricas incluso mínimas. Y sobre este ejemplo se forman sus sacerdotes”.
 
 
La otra gran fuente de su profunda vida espiritual es la devoción mariana, tomada de su gran educadora en la fe, su mamá, la Venerable Margarita Occhiena. Ella está esculpida en dos monumentos: la basílica de María Auxiliadora en Turín, uno de los santuarios marianos más célebres en Italia y en el mundo, y el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, las religiosas salesianas por él fundadas y esparcidas por todo el mundo. La devoción mariana se desarrolló en la experiencia espiritual de don Bosco como un recurso de gracia, de esperanza, de fidelidad y de inspiración para el ejercicio de su ministerio sacerdotal y educativo al punto que, al final de su vida, él, repensando en su actividad, exclamó: “ha hecho todo Ella”.
 
 
Don Bosco es un sacerdote mariano. Pertenece plenamente a su siglo, el XIX, que conoce un extraordinario florecimiento de la piedad mariana, el siglo de la definición del dogma de la Inmaculada concepción, en 1854, de las apariciones marianas, entre las cuales Lourdes (1858) que el mismo don Bosco hizo conocer.
 
 
Y de su espiritualidad mariana se subraya la devoción al Rosario. Él fue un apóstol de esta oración a la cual atribuía gran parte del éxito de su ministerio. Don Bosco no es un sacerdote afecto de una suerte de “pelagianismo pastoral” del cual no parecen inmunes ciertos estilos modernos de ministerio sacerdotal: él cree que solo la gracia de Dios puede hacer fecundo su obra, e invoca la gracia de Dios a través de la oración mariana de los humildes y de los pobres, el Rosario. Es un testimonio siempre oportuno para evitar el riesgo de pensar y proyectar la acción pastoral según criterios de eficiencia y de burocracia que no pertenecen al misterio de la Iglesia y de la gracia.
 
 
Por eso, concluyo estas reflexiones sobre la actualidad de don Bosco sacerdote con otro episodio transmitido en las Memorias biográficas, que ilustra el espesor espiritual de este sacerdote que ha actuado confiando siempre en Dios y en María. En los años del Resurgimiento italiano, un notorio exponente del liberalismo se acercó en visita a Valdocco, interesado en conocer más de cerca la obra de don Bosco. Se trataba de Roberto d’Azeglio.
 
 
El Marqués admirando cada cosa alababa altamente todo, pero consideraba tiempo perdido aquel que se empleaba en las largas oraciones, y decía que a esa “antigüalla” de 50 Avemarías espetadas una tras otra no lo consideraba sano y que D. Bosco habría debido abolir aquella práctica aburrida. – Pues bien, responde amorosamente D. Bosco: yo tengo en mucho tal práctica: y por esta estaría dispuesto a dejar más bien tantas otras cosas importantes, pero no ésta, y si fuera el caso también renunciaría a su preciosa amistad, pero jamás al rezo del S. Rosario.

 
Autor: Roberto Spataro
Director del Studium Theologicum Salesianum en Jerusalén
 
(Texto adaptado de su obra “Recordando a San Juan Bosco”. Omito las notas Y citas bibliográficas de su ensayo, que igualmente contienen un gran valor didáctico.)

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