FRASES PARA SACERDOTES

"Cuando rezamos el Santo Rosario y nos unimos a María, estamos viviendo lo que es la familia porque cuando los hijos se reúnen con La Madre y juntos le oran a Dios, es la familia orando unida". DE: Marino Restrepo.
Papa Francisco a los sacerdotes que llevan "doble vida"

VISITAS AL SANTÍSIMO SACRAMENTO Y A MARÍA SANTÍSIMA. (Parte 7).

Visitas al Santísimo, a la Virgen y a San José correspondientes a cada día del mes por San Alfonso María Ligorio.

VISITA 22ª

Visita al Santísimo

Oración preparatoria, p. 53

Andaba la esposa de los Cantares buscando a su amado, y porque no le hallaba, iba preguntando: ¿Por ventura, habéis visto al que ama mi alma? Entonces no estaba Jesús en la tierra; mas ahora, si un alma que le ama le busca, hállele siempre en el Santísimo Sacramento.

Decía el B. P. Maestro Ávila que, entre todos los santuarios, no acertaba a hallar ni desear ninguno más estimable que una iglesia donde estuviese el Santísimo Sacramento.

¡Oh, amor infinito de mi Dios, digno de infinito amor! ¿Cómo pudisteis, Jesús mío, llegar a abatiros tanto que para morar con los hombres y uniros a sus corazones, os humillasteis hasta ocultaros bajo las especies de pan? ¡Oh, Verbo humanado!, fuisteis tan extremado en humillaros, porque extremado fuisteis en amar.

¿Cómo podré no amaros con todo mi ser sabiendo cuánto habéis hecho por cautivar mi amor?

Os amo muchísimo y por eso antepongo vuestro beneplácito a todos mis intereses y a todas mis satisfacciones. Mi contento es contentaros, Jesús mío, Dios mío, amor mío y mi todo. Fomentad en mí un encendido deseo de estar continuamente delante de Vos sacramentado, y de recibiros y haceros compañía. Ingrato sería yo si no aceptara convite tan dulce y suave. ¡Ah Señor!, destruid en mí todo afecto a las cosas creadas.

Vos queréis, Creador mío, ser el único blanco de todos mis suspiros y de todos mis amores. Os amo, bondad amabilísima de mi Dios. No os pido más que a Vos mismo. No quiero mi contento; quiero y me basta el vuestro. Aceptad, Jesús mío, este buen deseo de un pecador que quiere amaros.

Ayudadme con vuestra gracia.

Haced que yo, mísero esclavo del infierno, sea desde hoy feliz esclavo de vuestro amor.

Jaculatoria.— Os amo, buen Jesús mío, sobre todo bien.

Comunión espiritual, p. 41.

Visita a María Santísima

Dulcísima Señora y Madre mía, soy un vil rebelde a vuestro excelso Hijo; pero acudo arrepentido a vuestra piedad para que me alcancéis perdón. No me digáis que no podéis, pues San Bernardo os llama la Dispensadora del perdón. A Vos toca también ayudar a los que en peligro se hallan; que por eso os denomina San Efrén, Auxilio de los que peligran.

¿Y quién, Señora mía, peligra más que yo? Perdí a mi Dios y he estado ciertamente condenado al infierno; no sé todavía si Dios me habrá perdonado; puedo perderle aún. Pero de Vos, que podéis alcanzarlo todo, espero todo bien: el perdón, la perseverancia, la gloria. Espero ser, en el reino de los bienaventurados, uno de los que más ensalcen vuestras misericordias, ¡oh, María!, salvándome por vuestra intercesión.

Jaculatoria.— Las misericordias de María cantaré eternamente. Eternamente las alabaré.

Oración a María Santísima, p. 58.

Visita al Patriarca San José

Si los dos discípulos que iban a la villa de Emaús se sintieron inflamados de amor divino en los pocos momentos que acompañaron al Salvador y oyeron sus palabras, ¿qué deberemos pensar de las llamas de santa caridad que se encenderían en el corazón de José conversando por espacio de cerca de treinta años con Jesucristo, acariciándole y recibiendo las caricias de aquel amado Niño?

¡Oh, afotunadísimo San José, que por tantos años tuvisteis la envidiable suerte de beber en la fuente de la divina caridad! Alcanzadme amor fervoroso y perseverante hacia Jesús, que me haga despreciar todo otro amor y me separe totalmente de las criaturas, para unirme estrechamente al Sumo Bien.

Jaculatoria.— Glorioso San José, haced que yo ame a mi Señor Jesús.

Oración a San José, p. 61.


VISITA 23ª

Visita al Santísimo

Oración preparatoria, p. 53

Padecen muchos cristianos grandes fatigas y se exponen a innumerables peligros por visitar los lugares de la Tierra Santa en que nuestro amabilísimo Salvador nació, padeció y murió.

No necesitamos emprender tan largo viaje, ni exponernos a tales riesgos; cerca tenemos al mismo Señor, el cual habita en la iglesia a pocos pasos de nuestras casas.

Pues si los peregrinos tienen por gran ventura, como dice San Paulino, traer de aquellos Santos Lugares un poco de polvo del pesebre, o del sepulcro del Señor, ¿con qué fervor no debiéramos nosotros ir a visitarle en el Santísimo Sacramento, donde está el mismo Jesús en persona, sin ser preciso para hallarle correr tantos trabajos ni peligros?

Una persona religiosa a quien Dios concedió ferviente amor al Santísimo Sacramento, escribe en una carta, entre otros, estos afectos: “Conozco –dice- que todo mi bien procede del Santísimo Sacramento; y por esta razón me he entregado y consagrado enteramente a Jesús Sacramentado.”

”Veo que hay innumerables gracias que no se conceden porque no se acude a este Sacramento divino; y veo también el gran deseo que nuestro Señor tiene de dispensarlas por este medio. ¡Oh, Santo misterio! ¡Oh, Sagrada Hostia! ¿Qué cosa habrá fuera de ti en que Dios ostente más su poderío?; porque en esta Hostia está cifrado cuanto Dios por nosotros hizo.

”No envidiemos a los bienaventurados; que en la tierra tenemos al mismo Señor, y con más prodigios de su amor. Procurad, pues, que todos aquellos con quienes habléis, se dediquen del todo al Santísimo Sacramento. Hablo de esta suerte, porque este Sacramento me saca fuera de mí. No puedo dejar de hablar del Santísimo Sacramento, que tanto merece ser amado. No sé qué hacer por Jesús Sacramentado.”

¡Oh, Serafines, cuán dulcemente estáis ardiendo de amor junto al Señor vuestro y mío! Y con todo, no por vuestro amor, sino por el amor que a mí me tiene, quiso el Rey del Cielo quedarse en este Sacramento. Dejad, pues, ¡oh. Ángeles amantes!, que se encienda mi alma; inflamadme en ese vuestro fuego, para que juntamente con vosotros arda yo también.

¡Oh, Jesús mío!, dadme a conocer la grandeza del amor que tenéis a los hombres, a fin de que a vista de tanto incendio de caridad, crezca en mí cada vez más el deseo de amaros y complaceros. Os amo, Señor amabilísimo; y quiero amaros siempre sólo para agradaros.

Jaculatoria.— Jesús mío, en Vos creo, en Vos espero, os amo, y a Vos me entrego.

Comunión espiritual, p. 41.

Visita a María Santísima

Amabilísima Virgen, San Buenaventura os llama: Madre de los huérfanos; y San Efrén: Refugio de los huérfanos. ¡Ay!, estos huérfanos miserables no son sino los pobres pecadores que han perdido a su Dios. Yo, pues, recurro a Vos, Virgen Santísima. Perdí al Señor, mi Padre; mas Vos, que sois mi Madre, haréis que le recobre.

En tal desventura, os pido socorro; ayudadme. Vos... ¿Quedaré sin consuelo?... ¡Ah!, no, que Inocencio III me dice de Vos: ¿Quién la invocó y no fue por Ella atendido?... Y ¿quién ha orado antes Vos sin que le hayáis escuchado y favorecido? ¿Quién se ha perdido de los que acuden a Vos? Sólo se pierde el que a Vos no recurre. Así, pues, Señora mía, si queréis salvarme, haced que siempre os invoque y que en Vos confíe.

Jaculatoria.— María, Santísima Madre mía, haced que confíe en Vos.

Oración a María Santísima, p. 58.

Visita al Patriarca San José

La vida de José en presencia de Jesús y de María, era una continua oración, rica en actos de fe, de confianza, de amor, de completa resignación a la voluntad divina, y de consagración entera de sí mismo a la gloria de Dios. Por eso el glorioso Patriarca, que después de María excedió en mérito y santidad a los demás Santos, también los supera a todos en la gloria del Cielo.

Santo Patriarca mío, alcanzadme que viva siempre unido con Dios, resistiendo los asaltos del infierno, y que muera amando a Jesús y a María.

Jaculatoria.— Jesús, José y María, con Vos descanse en paz el alma mía.

Oración a San José, p. 61.


VISITA 24ª

Visita al Santísimo

Oración preparatoria, p. 53.

Eres verdaderamente Dios escondido.” En ninguna otra obra del divino amor se verifican tan a las claras estas palabras como en este adorable misterio del Santísimo Sacramento, donde Dios verdaderamente está de todo en todo escondido.

En la Encarnación, el Verbo Eterno ocultó divinidad, y apareció en la tierra hecho Hombre; mas residiendo con nosotros en este Sacramento, Jesús esconde también su humanidad, y sólo descubre –dice San Bernardo- las apariencias de pan, para demostrarnos de este modo el tiernísimo amor que nos tiene: Cubre su divinidad, recata su humanidad y sólo aparecen por de fuera las entrañas de su ardentísima caridad.

A vista, pues, del extremo a que llega, ¡oh, amado redentor mío!, el amor que tenéis a los hombres, quedó, Dios mío, fuera de mí, y no sé que decir. Vos por este Sacramento llegáis por amor a esconder vuestra Majestad, y abatir vuestra gloria, y destruir y anonadar vuestra vida divina. Y mientras estáis en los altares, parece que no tenéis otro ejercicio que el de amar a los hombres, y patentizarles el cariño que les profesáis. Y ellos, ¿con qué gratitud lo recompensan, oh, hijo excelso de Dios?

¡Oh Jesús!, ¡oh, amador (permitidme decirlo) excesivamente apasionado de los hombres, pues veo que anteponéis su bien a vuestra misma honra! ¿No sabéis acaso a cuántos desprecios había de exponeros vuestro amoroso designio? Veo, y mucho mejor lo veíais Vos, que la mayuor parte de los hombres no os adora, ni os quiere reconocer por lo que sois en este Sacramento.

Sé que muchas veces esos mismos hombres han llegado a pisar las Hostias consagradas, y a arrojarlas por tierra, y en el agua y en el fuego. Y veo también que la mayor parte de los que en Vos creen, en vez de reparar con sus obsequios tantos ultrajes, o vienen a los templos a disgustaros más con sus irreverencias, u os dejan olvidado en los altares, desprovistos a veces hasta las luces, o de los necesarios ornamentos.

¡Ah, si yo pudiese, dulcísimo Salvador mío, lavar con mis lágrimas, y aun con mi sangre, aquellos infelices lugares en que fue tan ultrajado en este Sacramento vuestro amor y vuestro amantísimo Corazón! Mas si tanto no se me concede, a lo menos deseo y propongo, Señor mío, visitaros a menudo para adoraros, en reparación de los ultrajes que recibís de los hombres en este divinísimo misterio.

Aceptad, ¡oh Eterno Padre!, este cortísimo obsequio, que en desgravio de las injurias hechas a vuestro Hijo Sacramentado os tributa hoy el más miserable de los hombres. Aceptadlo en unión de aquella honra infinita que os dio Jesucristo en la Cruz, y os da todos los días en el Santísimo Sacramento. ¿Oh, si pudiese lograr, Jesús mío Sacramentado, que todos los hombres estuviesen enamorados del Santísimo Sacramento!

Jaculatoria.— ¡Oh, amable Jesús!, haced que todos os conozcan y os amen.

Comunión espiritual, p. 41.

Visita a María Santísima

SEÑORA mía poderosísima: cuando me asalta algún temor acerca de mi salvación eterna, cuánta confianza experimento con sólo recurrir a Vos, y considerar, de una parte, que Vos, Madre mía, sois tan rica en gracias, que San Juan Damasceno os llama El amor de la gracia; San Buenaventura, La fuente de donde brotan juntas las gracias todas; San Efrén, El manantial de la gracia y de todo consuelo, y San Bernardo, La plenitud de todo bien; y, por otra parte, considero que sois tan inclinada a otorgar mercedes, que os creéis ofendida, como dice San Buenaventura, de quien no os pide gracias.

¡Oh, riquísima, oh sapientísima, oh clementísima reina! Comprendo que Vos conocéis mejor que yo las necesidades de mi alma, y que me amáis más de lo que yo puedo amaros. ¿Sabéis, pues, qué gracia os pido hoy? Alcanzadme la que estiméis más conveniente para mi alma; pedid ésta a Dios para mí, y así quedaré contento y satisfecho.

Jaculatoria.— ¡Dios mío, concededme las gracias que María os pida para mí!

Oración a María Santísima, p. 58.

Visita al Patriarca San José

San José, después de haber prestado fieles servicios a Jesús y a María, llegó al fin de su vida en la casa de Nazaret. Allí, asistido de Jesucristo, y de María, su Esposa, con una paz propia ya del Paraíso, salió de esta miserable vida, con muerte tan inefablemente dulce y preciosa que, como decía San Francisco de Sales, murió San José por la fuerza del amor, como murió la Virgen, su Esposa.

Protector mío San José: mis pecados me han merecido, sin duda, una mala muerte; pero si Vos me defendéis, no me perderé. Alcanzadme en la última hora particular asistencia de Jesús y de María.

Jaculatoria.— Jesús, José y María, amparadme en mi última agonía.

Oración a San José, p. 61.


VISITA 25ª

Visita al Santísimo

Oración preparatoria, p. 53

Alaba San Pablo la obediencia de Jesucristo, diciendo que obedeció a su Eterno Padre hasta la muerte. Mas, en este Sacramento, su obediencia ha ido más adelante, pues en él no sólo quiso obedecer al Eterno Padre, sino también al hombre, y no sólo hasta la muerte, sino cuanto dure el mundo: Hecho obediente (puede decirse) hasta la consumación de los siglos.

El Rey de la gloria desciende del Cielo por obediencia al hombre; y no parece sino que mora de continuo en los altares, también para obedecer a los hombres, sin resistencia alguna. Allí está sin moverse por sí mismo: permite que le pongan dondequiera, o expuesto en la custodia, o encerrado en el Sagrario; deja que le lleven a todas partes, por las calles y las casas; permite que le den en la comunión, a quien quiera que lo pide, sea justo o pecador.

Mientras vivió en este mundo, dice San Lucas que obedecía a María Santísima y a San José; pero en este Sacramento obedece sin resistencia a tantas criaturas cuantos son los sacerdotes que hay en la tierra.

¡Oh, Corazón amantísimo de mi Jesús, del cual salieron todos los Sacramentos, y principalmente este Sacramento de amor!, permitidme que hable con Vos hoy. Quisiera glorificados y honraros tanto cuanto Vos glorificáis y honráis al Eterno Padre en este Sacramento.

Bien sé que en ese altar estáis amándome con aquel mismo amor que me tuvisteis cuando consumasteis en la Cruz el sacrificio de vuestra divina vida en medio de tantas amarguras. Ilustrad, ¡oh Corazón divino!, a los que no os conocen, para que os conozcan. Librad del Purgatorio con vuestros merecimientos a aquellas almas afligidas, que son ya vuestras eternas esposas, o, al menos, aliviadlas.

Os adoro, os alabo, y os amo con todas las almas que actualmente os están amando en la tierra y en el Cielo. ¡Oh, Corazón purísimo!, purificad mi corazón de todo afecto desordenado a las criaturas, y llenadle de vuestro santo amor. Poseed, ¡oh Corazón dulcísimo!, todo mi corazón, de tal suerte, que de hoy en adelante sea del todo vuestro y pueda decir siempre: Ninguna criatura podrá jamás apartarnos del amor de Dios, que se funda en Jesucristo nuestro Señor (Rom. 8, 39)

¡Oh Corazón Santísimo!, imprimid en el mío aquellos tan amargos trabajos, que por tantos años soportasteis en la tierra por mí con inmenso amor, a fin de que a vista de ellos anhele de hoy en adelante, o a lo menos sufra por vuestro amor con paciencia todas las penas de esta vida. Corazón humildísimo de Jesús, haced que yo tenga parte en vuestra humildad. Corazón mansísimo, comunicadme vuestra mansedumbre.

Quitad de mi corazón todo lo que no os agrade. Convertidle enteramente a Vos, para que no quiera ni desee sino lo que Vos queréis. Haced, en suma, que yo viva solamente para obedeceros. Conozco que es mucho lo que os debo y que me tenéis muy obligado. Poco haría en deshacerme todo y consumirme por Vos.

Jaculatoria.— ¡Oh, Corazón de Jesús! Vos sois el único dueño de mi corazón.

Comunión espiritual, p. 41.

Visita a María Santísima

Dice San Bernardo que María es la celestial Arca en la cual nos libraremos ciertamente del naufragio de la eterna condenación, si en ella nos refugiamos a tiempo. Figura fue de María el arca en que Noé se salvó del universal naufragio de la tierra. Pero Exiquio dice que María es un Arca más amplia, más fuerte y más piadosa. Pocos fueron los hombres y animales que aquella recibió y salvó; mas esta nuestra Arca salvadora recibe a cuantos se acogen bajo su pabellón, y a todos seguramente los salva.

¡Pobres de nosotros si no tuviésemos a María! Y sin embargo, Reina mía, ¡cuántos se pierden!... ¿Y por qué? Porque no recurren a Vos...Pues, ¿quién se perdería si a Vos acudiese?

Jaculatoria.— Virgen Santísima, haced que siempre recurramos todos a Vos.

Oración a María Santísima, p. 58.

Visita al Patriarca San José

San Bernardo, ponderando el poder de San José en dispensar gracias a sus devotos, se expresa así: “A algunos Santos ha sido dado socorrer solamente en ciertos casos; mas no así a San José, que puede prestar su socorro en cualquier necesidad, y defender a todos los que recurren devotamente a ÉL”. Y Santa Teresa confirma exactamente lo mismo.

¡Oh, mi poderosísimo Abogado!, ya que Vos alcanzáis de Jesucristo todo lo que queréis en favor de vuestros devotos, alcanzadme la gracia de la oración, tan eficaz, que me haga orar siempre como es debido.

Jaculatoria.— Socorredme, San José poderoso, en todas mis necesidades.

Oración a San José, p. 61.

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